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Criopreservación, una técnica para garantizar la subsistencia de corales en el Caribe Mexicano

Foto: Lorenzo Álvarez Filip

Este artículo fue originalmente publicado por Periodismo Causa Natura

Por Alejandro Castro

Una rara enfermedad conocida como el ‘Síndrome Blanco’ arrasó entre 2018 y 2019 con cientos de colonias de corales en el Caribe Mexicano, misma cantidad que la perdida en 40 años, llevando a algunas especies al borde de la extinción local.

Los hechos son alarmantes para la comunidad científica, pues se trata de la enfermedad más mortal para los corales desde que se tiene registro.

En una desesperada búsqueda de soluciones, la científica Anastazia Banaszak, del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dirige un ambicioso proyecto para garantizar la subsistencia de especies de corales en riesgo: la criopreservación de sus espermas.

La técnica consiste en congelar por tiempo indeterminado las células reproductoras masculinas de los corales, para poder reproducirlas en un laboratorio y hacer futuros trabajos de restauración, explicó en entrevista con Periodismo Causa Natura.

Los arrecifes de Quintana Roo forman parte del Sistema Arrecifal Mesoamericano, una de las barreras coralinas más grandes del mundo, que se extiende por más de 1,400 kilómetros paralelo a las costas caribeñas de México, Belice, Guatemala y Honduras, hábitat de cientos de especies marinas, muchas de interés comercial.

Los corales, principales formadores de arrecife, son animales coloniales, conformados por una base de roca de carbonato de calcio cubierta por pequeños organismos denominados ‘pólipos’, dentro de los cuales viven en unas microalgas llamadas zooxantelas, que les dan esos atractivos colores.

Bananzak explica que los corales masivos en su entorno natural se reproducen sexualmente. En determinados días del año, conforme al ciclo de la luna, una colonia macho libera gametos (espermas) y una colonia hembra libera óvulos. En el ambiente se juntan y forman una ‘larva de coral’, la cual se fija al fondo marino y comienza su proceso de crecimiento, el cual implica decenas de años.

Sin embargo, la pérdida masiva de colonias de corales, que ha dejado a colonias aisladas, vuelve prácticamente imposible la reproducción natural para muchas especies.

Los primeros experimentos de reproducción asistida se hicieron antes de 2018 con colonias de una especie de coral cerebro (Diploria Labyrinthiformis).

“Estuvimos trabajando con una población pequeña, de 12 colonias. Recolectamos sus espermas y óvulos y los cruzamos, y de eso obtuvimos nuevos corales, sus hijitos, por decir. Pero luego vino la enfermedad (Síndrome Blanco) y comenzamos a congelar espermas. A 3 años, de las 12 que teníamos solo quedan dos vivas, pero tenemos espermas congelados del resto”, detalló.

El Laboratorio de la Unidad de Sistemas Arrecifales del ILCM es el único en México que ha desarrollado esta técnica, que se asemeja a la de la conservación de espermas humanos con métodos de congelamiento.

Con ello, apuntó, es posible reproducir nuevos corales y repoblar el arrecife en el futuro.

A partir del primer proyecto piloto se han reproducido y sembrado 100 nuevos corales en el Parque Nacional Arrecifes de Puerto Morelos, pero por ahora, dijo la académica, los esfuerzos están en preservar los espermas hasta que la enfermedad haya desaparecido de la región, para garantizar su crecimiento.

“Los espermas pueden conservarse por muchísimos años, tiempo indefinido, eso nos permitirá que en 10 o 100 años tengamos material genético para reproducir, incluso combinando con óvulos de colonias de coral de otras regiones”, indicó la especialista en fitobiología.

De acuerdo con datos del Laboratorio de Biodiversidad y Conservación Arrecifal de la UNAM, entre las especies más impactadas por el Síndrome Blanco se encuentran el coral pilar (Dendrodyra Cylindrus) y coral laberinto (Meandrina ssp), con pérdidas de población de 98 y 94 por ciento, respectivamente.

Esto significa que las pocas colonias de esas especies que aún existen están aisladas una de otra, de manera que su reproducción natural es imposible.

Otra forma de reproducir corales es a través de la fragmentación, que consiste en cortar una fracción del coral y colocarla en otro sitio para que crezca como una nueva colonia, pero esta técnica tiene una limitante: no hay diversidad genética, expuso Bananzak, también integrante del Coral Restoration Consortium Steering Committee, una comunidad de expertos internacionales enfocados en que los corales sobrevivan al siglo XXI y más.

“Cuando tú haces esto de sembrar fragmentos o microfragmentos o nano fragmentos, estás tomando una colonia, partiéndola en pedazos y sembrando. Estos no son nuevos corales, son clones. Lo que hacemos nosotros es más tardado, pero la ventaja es que cada colonia es genéticamente distinta”, refirió.

Los organismos de cualquier especie, dijo, solo se pueden adaptar a los cambios en su ambiente a través de la diversidad genética.

“Es como con los humanos, somos genéticamente distintos. Con el Covid-19, algunos son más resistentes que otros. ¿Qué pasa si todos son genéticamente iguales? Si llega una enfermedad que mata a uno, entonces matará a todos. Lo mismo pasa con los corales”, agregó.

“Sin arrecifes no hay vida en las comunidades costeras”

Los arrecifes de coral son ecosistemas relevantes por los múltiples servicios ambientales que brindan, los cuales hacen posible la vida en las comunidades costeras.

De acuerdo con María del Carmen García Rivas, directora del Parque Nacional Arrecifes de Puerto Morelos, entre los servicios que prestan los arrecifes está la protección de la costa, pues evitan la erosión de las playas y sirven como una barrera de contención ante eventos climatológicos intensos, como huracanes. Los corales, igual que los árboles o los manglares, son captadores de dióxido de carbono (CO2).

Son hábitat de diferentes organismos marinos, algunos importantes para la pesca y la belleza de sus paisajes es un importante atractivo turístico, contribuyendo a la economía local.

Asimismo, la arena blanca que caracteriza las playas del Caribe Mexicano, y que dan al agua la tonalidad azul turquesa, está compuesta por microfragmentos de esqueleto de coral.

“Sin arrecifes no hay vida posible en las comunidades costeras. Nos da protección, alimento y belleza natural, motor de la economía de la región”, sostuvo.

No obstante, la creciente contaminación derivada de la deficiente disposición de aguas negras, el excesivo uso de bloqueador solar por parte de los turistas y la basura plástica -asociados al crecimiento turístico e inmobiliario- así como factores externos como el calentamiento global y el sargazo, representan un riesgo latente para los corales.

García Rivas propone un alto al desarrollo turístico e inmobiliario de la región hasta que haya condiciones de crecimiento amigables con la naturaleza.

Por su parte, Lorenzo Ávarez Filip, del Laboratorio de Biodiversidad y Conservación Arrecifal, indicó que desde hace 50 años la población de corales en el Caribe Mexicano presenta una grave disminución.

“Durante la década de los setenta una enfermedad, la ‘Banda Blanca’ (distinta al Síndrome Blanco) mató a más del 90 por ciento de los corales de la especie cuerno de alce (Acropora Palmata). Esta fue la primera gran tragedia reportada. Desde ese entonces, ya van 5 décadas, lo que hemos tenido es una consistente pérdida”, expuso.

En 2014 se detectó el Síndrome Blanco por primera vez en las costas de Florida. En el verano de 2018 se identificó en las costas mexicanas y se ha extendido prácticamente a toda la región del Caribe, comentó Álvarez Filip.

Se caracteriza por la pérdida rápida del tejido vivo, es decir, los pólipos que recubren la base de carbonato de calcio. En cuestión de dos semanas, podía provocar la muerte de colonias que tardaron más de 100 años en formarse.

“Ha sido la enfermedad más virulenta y más agresiva que se ha presentado sobre los corales, por 2 razones principales, porque mata mucho más rápido que otras enfermedades y porque afecta a un mayor número de especies. En este caso, más de 25 de las 40 que hay en el Arrecife Mesoamericano”, detalló.

Lorenzo Álvarez Filip planteó que, a este ritmo de mortalidad, se puede hablar de un escenario en el que no haya más corales vivos a nivel regional en un par de décadas, con las implicaciones económicas y sociales que eso conlleva.

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