Biól. Juan Carlos Sánchez-Olmos
Conservación Sin Fronteras
El pasado 21 de abril pasó a la inmortalidad Jorge Mario Bergoglio, a quien la mayoría conocimos como el papa Francisco. Sobra decir que la muerte de cualquier pontífice provoca una conmoción global; por ser jerarca religioso de alrededor de la quinta parte de la humanidad. No obstante, su importancia trasciende a los números, porque su poder fue sustentado por ideas progresistas que fisuraron el conservadurismo retrograda de la curia romana.
Tras su partida, deja una herencia intelectual en sus encíclicas y documentos, que trascienden a sus actos. Las encíclicas son textos ecuménicos, cuyo origen se encuentra en las epístolas del Nuevo Testamento, que definen la posición de la iglesia católica, donde cada papa expresa su visión y opiniones sobre el acontecer mundial. Sobre su importancia, la plataforma de la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (INREDH) cita que “su fin único es conservar su dogmatismo religioso, criticar las diferentes acciones, acepciones, o tendencias filosóficas distintas y empatar sus dogmas a la realidad política, social y filosófica en constante evolución; para no alejarse de la nueva realidad mundial insostenible, debido a la evolución constante de la ciencia y tecnología. Por lo tanto, se considera a las encíclicas el segundo documento más relevante emitido por cada papa; después de la Constitución Apostólica” (https://inredh.org/las-enciclicas-papales-en-la-historia/).
Diversos historiadores afirman que la primera encíclica fue escrita por Benedicto XIV, pero sin certeza sobre cual fue la primera, como también disienten en la fecha de publicación, 1740 ó 1766 (https://inredh.org/las-enciclicas-papales-en-la-historia/). Desde entonces se han escrito 275 encíclicas. Al redactar esta reseña, inevitablemente rememoro mi adolescencia, cuando en las cátedras colegiales en Guanajuato, la discusión de mis clases de historia, versaron sobre la Rerum novarum (León XIII, 1891), Mater et magistra (Juan XXIII,1961) y la Cuadragesimo anno (Pío XI,1931). Que señalan las condiciones de los trabajadores, su derecho a sindicalizarse y recibir salarios justos que dignifiquen la condición humana.
Durante su pontificado, Francisco escribió cuatro encíclicas: Lumen fidei (Luz de la fé, 2013), Laudato Si’ (Alabado seas. Sobre el cuidado de la casa común, 2015 ), Frateli tutti (Todos hermanos, 2020) y Dilexit nos (Él nos amó, 2024). Como también siete exhortaciones apostólicas (https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations.html), no obstante, haré una breve referencia en este texto, solo a dos de ellas: Querida Amazonia (2020) y Laudate Deum (2023).
Tengo poca confianza en las instituciones, menos aún en las iglesias, sin embargo, pese a mi animadversión, concedo el beneficio de la duda a la Compañía, a la cual reconozco méritos a causa de su ilustración y apego a los principios ignacianos; así que el advenimiento de un papa negro al trono vaticano me pareció acorde con los tiempos que vivimos. Una brisa refrescante y necesaria.
Por eso celebré que un líder religioso se ocupara de los temas ambientales, sobre todo porque entre la feligresía existen numerosas personas que se perciben ajenas o distantes a la problemática ambiental, por ignorancia o indiferencia; entonces consideré que la atención papal a un tema terrenal vital, podría contribuir a modificar hábitos de consumo o conducirlos a actuar de manera más consciente; p.e., reducir el uso de los automóviles. De manera lamentable fijan más su atención en el sermón dominical que en los textos ecuménicos, aunque estos ocupen encabezados noticiosos.
La lectura inicial de Laudato Si´ me sorprendió por una contradicción, pues Francisco sostiene que crecimos pensando que somos dominadores y propietarios de la madre tierra, autorizados para expoliarla. Sin que él considerase que nuestra especie se apegó a las ordenanzas bíblicas, donde Dios dijo “fructificad y multiplicaos. Llenad la tierra y gobernadla. Dominad los peces del mar y las aves del cielo y a todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Genesis: 28). Así que los humanos no solo obedecimos, usamos y abusamos.
Ante semejante exceso, en la encíclica recapitula que, Juan XXIII propuso dialogar con el mundo, preocupado por el deterioro de nuestra casa común, y que Paulo VI también abordó la crisis ecológica provocada por la caótica actividad humana, cuya explotación puede destruir la biosfera y autodestruirnos; señalando, que alertó a la FAO sobre la posibilidad de una catástrofe ecológica a consecuencia de la civilización industrial. En la misma narrativa destaca que Juan Pablo II, en su primera encíclica, señaló la inconciencia de las personas que únicamente se sirven de la naturaleza y sus elementos, en la medida que les son útiles para satisfacer sus necesidades y vanidades; la inmediatez consumista.
Con esa afirmación, Juan Pablo II iluminó la piedra angular del materialismo vanal: el consumismo. Generado a partir de la revolución industrial, periodo que marcó el punto de inflexión entre el consumo y el consumismo, como también, de los problemas ambientales; detrás de los cuales usualmente encontramos rostros humanos. Porque todos necesitamos para existir espacio, agua, alimentos, recursos, que además degradamos y contaminamos; ya que la producción demanda materias primas que cada uno de nosotros vertiginosamente transforma en desechos. Mediante la cultura del descarte, como la denominó Francisco.
Por lo que el papado propuso, no solo modificar los modelos de producción, sino estilos de vida, además Francisco exaltó las declaraciones del patriarca Bartolomé, de la iglesia ortodoxa de Constantinopla, quien sostiene que “un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos, un pecado ante Dios”, porque la diversidad biológica es creación divina, entonces los seres humanos que degradan la tierra y contribuyen al cambio climático, al desnudar sus bosques, destruyendo sus humedales, quienes contaminan el agua, el aire y suelo; incurren en pecado” (Laudato Si´, 2015). No divaguemos en ambigüedades, los responsables tienen rostro y nombre.
Francisco enfatizó que el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económico-distributivas y políticas; uno de los principales desafíos a la humanidad. Alertó que los peores impactos, a mediano plazo, quizá recaerán en países en vías de desarrollo, donde la existencia de multitudes de pobres depende de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos: pesca, forestería, vida silvestre e incluso la agricultura. Países sin servicios financieros, con poblaciones sin medios de subsistencia obligadas a afrontar catástrofes e impactos climáticos. Donde habitan personas obligadas a adaptarse, migrar o morir.
Disiente en que el agua se reduzca a mercancía, por ser una necesidad biológica, por lo que el acceso al agua limpia constituye un derecho fundamental y universal. Reconoce la importancia de la biodiversidad por su valor de uso directo, más aún, por su valor de opción, como lo propuso Jeffrey A. McNeely (1990) debido a sus genes y las posibilidades de uso futuro agroalimentario o ambiental; pero advierte lo inadecuado de los monocultivos.
Empero, fiel a sus preceptos eclesiásticos, señala que la solución a la degradación ambiental no reside en el control natal, sino en la reducción del consumo humano y atinadamente señala que el calentamiento global, consecuencia del consumo desmedido de los países desarrollados; impacta con mayor intensidad a los países pobres. Particularmente en África, donde ocasiona graves estragos en los cultivos. En Laudate Deum, apunta que no falta quien pretende culpar a los pobres por tener muchos hijos e incluso propone “solucionarlo” mutilando a las mujeres de países menos desarrollados; por lo tanto, esgrime cuando apunta que el pequeño porcentaje de habitantes con mayor riqueza del planeta, contamina más que el 50% de la población mundial en pobreza.
También señala que los poderes económicos no solo degradan el medio ambiente, sino la dignidad humana, reduciéndole a la indefensión ante los mercados divinizados; que detentan el poder absoluto. Aquí, el papa hizo una pausa para reflexionar ¿En manos de quien está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad (Laudato Si´, 2015).
Al respecto, Francisco afirma que la humanidad no está preparada para usar el poder con acierto, porque el crecimiento tecnológico adoleció de responsabilidad, ética, valores, conciencia y espiritualidad. En Laudate Deum (2023) remata “Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre si misma y nada garantiza que vaya a usarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo”. Él nos observó desnudos frente a nuestro propio poder.
En referencia a los gobernantes, les recuerda que en toda sociedad el Estado está obligado a defender y promover el bien común, y enfatiza que la célula social básica es la familia; fundamental para el desarrollo integral de cada persona.
En Querida Amazonia, Francisco relata que en numerosas ocasiones los indígenas han visto impotentes, la destrucción del entorno natural que les permitía alimentarse, curarse, sobrevivir y conservar la cultura que les da identidad y sentido. Pueblos ante los que la disparidad de poder es enorme, pues los débiles no tienen recursos para defenderse, mientras que los ganadores continúan llevándose todo, enfatiza que los pueblos pobres permanecen pobres y los ricos se hacen cada vez más ricos: madereros, mineros y petroleros. Quienes arrasan las selvas y las contaminan, lejanos a toda ética queman selvas, asesinan a indígenas y activistas opositores, sobornan a políticos, violan los derechos humanos especialmente de las mujeres; sometiendo a las personas a nuevas esclavitudes subyugadas por el narcotráfico y al neocolonialismo impuesto por la globalización. La injusticia y el crimen prevalecen, incluso con la intervención de las autoridades que penalizan las protestas.
Reconocer la crisis ambiental, es el primer paso para resolverla, pero de mayor importancia es la toma de conciencia de un líder global, pues fortalece la importancia de la exhortación apostólica, relevancia enaltecida por el reconocimiento de las traiciones y la petición de perdón a los indígenas: “porque no siempre los misioneros estuvieron del lado de los oprimidos, me avergüenzo y una vez más, pido humildemente perdón no solo por las ofensas de la propia iglesia sino por los crímenes contra los pueblos aborígenes durante la conquista de América, por los atroces crímenes en toda la Amazonia”. Episodios que la memoria se resiste olvidar cuando los jesuitas, en defensa de sus propios intereses trocaron las misiones selváticas sudamericanas por monasterios, comarcas y canonjías europeas; peor aún detonaron un cruento genocidio guaraní.
Ante la incapacidad de negociación de los jerarcas jesuítas en las cortes europeas y pese a la resistencia de los los misioneros jesuitas, resulta irrelevante la pretensión actual de evangelizar a los indígenas, menos aún, si Francisco reconoció que ellos saben ser felices con poco, disfrutan los pequeños dones de Dios sin acumular tantas cosas, no destruyen sin necesidad, cuidan de los ecosistemas; lo cual debe ser valorado y recogido durante la evangelización. Personalmente lo contradigo: dejen a los indígenas en paz, si ancestralmente han sido felices sin nosotros; no nos necesitan.
Consideremos que las tierras mejor conservadas son las que habitan y resguardan las etnias nativas, celosas guardianas de la biodiversidad, verdad que Francisco también reconoce, cuando menciona que para las comunidades aborígenes la tierra no solo es un bien económico, sino un espacio sagrado necesario para mantener su identidad cultural y valores. La diversidad biológica está íntimamente vinculada a la diversidad cultural de sus nativos, a su cosmogonía. Sebastián Salgado, en Amazonia, muestra una pequeña evidencia (https://www.youtube.com/watch?v=KVKKgC1qX7g). Aunque en Laudato Si´, en referencia a la visión consumista, sostiene que al homogeneizar las culturas se debilita la inmensa diversidad cultural, en consecuencia, la noción de calidad de vida no debe imponerse, sino comprenderse en un mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano. Mas aun, reconoce que la imposición de un estilo de vida hegemónico ligado a la producción y mercados globales puede ser tan pernicioso, al grado que la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la extinción de una especie.
Pese a sus argumentos y la justificación de los mismos el INREDH considera que la motivación papal al redactar la encíclica y sus exhortaciones apostólicas fue: “Ponerse a tono con el mundo, es una forma de no perder feligreses; cuando los ambientalistas tienen poder, la iglesia busca atraerlos a su seno para calmarlos, tal como lo hizo cuando los trabajadores se organizaron y buscaban un gobierno proletario” (https://inredh.org/las-enciclicas-papales-en-la-historia/). De ser cierto, la aseveración justifica mi desconfianza en las instituciones, aunque a estas las constituyan las personas, en quien más confío.
Los humanos somos imperfectos, incluso los papas, pero podemos aspirar al deber ser, paradójicamente a través de las instituciones, de las leyes o los códigos. La cooperación es una adaptación evolutiva para sobrevivir terrenalmente. Donde Francisco nos ofrece la esperanza cuando dice que humanidad aún posee capacidad de colaborar para construir, para conservar nuestra casa común. Que necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana, sin fronteras ni barreras políticas o sociales que nos aíslen, ni tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia (Laudato Si´, 2015). Parece que muchas personas olvidan o no comprenden que solo somos un eslabón en la cadena evolutiva y sujetos de un momento en la historia, que la vida seguirá su curso incluso sin nosotros, ante lo que Francisco da lugar otra reflexión ¿Qué tipo de lugar queremos dejar a quienes nos sucedan?
Ciudad de México; a 30 de abril de 2025.