En una reciente visita en la región de la Mixteca en Oaxaca, sitio que históricamente ha sido base de civilizaciones y sustento de generaciones, se desarrolla una crisis silenciosa dentro del sector agropecuario que amenaza en la transformación en el tejido social y productivo de sus comunidades.
Por citar un ejemplo, la dinámica demográfica en la región ha generado datos sobre la estancia de jóvenes de estudios básicos en la zona, los cuales migran de su tierra natal. Han emprendido el camino hacia las grandes urbes o, más comúnmente, hacia Estados Unidos, como consecuencia de una economía rural que ya no puede sostener a sus habitantes.
Los pueblos de la Mixteca se han convertido en comunidades de adultez mayor e infantes, donde las remesas sostienen una economía cada vez más dependiente del exterior. Las fiestas tradicionales, sólo son el medio en que se rejuvenecen estos sitios ante el retorno temporal de los migrantes. Las parcelas, que antes eran disputadas entre herencias familiares, en la actualidad están abandonadas o son trabajadas por adultos mayores que desisten al ver morir la tierra que los vio nacer.
Por su parte, el sector agropecuario, no está alejado de esa realidad en la región Mixteca. En un territorio marcado por barrancas y terrenos fracturados, donde la tecnología moderna encuentra sus límites, las y los productores aún mantienen las prácticas tradicionales que se resisten a desaparecer.
La agricultura en esta región es un reflejo constante de la adaptación. Las variedades criollas de maíz producidas en las comunidades, son herencia por más de 200 años, como parte de los saberes ancestrales, seguros y saludables. Ante las condiciones climáticas extremas, entre heladas intempestivas y el calor extremo, solo estas semillas han tenido las condiciones por generaciones, selección natural y cuidado humano, de flexibilidad y prosperar en los sitios.
Los desafíos agrícolas en la Mixteca son constantemente delicados en cada temporada. Aproximadamente el 70% de la agricultura de la región, depende de los ciclos de lluvia, una dependencia que se ha vuelto cada vez más grande ante el cambio climático. La sequía que azotó la región entre los años 2018 y 2024 dejó afectaciones profundas: campos yermos, ganado diezmado y comunidades al borde del quiebre en cuanto a producción y generación de productos primarios. Lo anterior ha resaltado en rendimientos agrícolas desiguales, mientras que en algunas parcelas apenas producen cerca de 500 kilogramos de maíz por hectárea, otras, las más flexibles, logran hasta tres toneladas gracias a las prácticas tradicionales y el manejo integral.
Por otro lado, la conservación de los saberes en las prácticas tradicionales representa tanto una fortaleza como un desafío. Estas adaptaciones a los entornos actuales, han sido resultado de intercambio de experiencias entre generaciones en cuanto al manejo y conocimiento local. Por ejemplo, en las actividades bajo el sistema milpa (que integra maíz, frijol y calabaza), junto con la recolección de plantas silvestres, concibe una alternativa a la seguridad alimentaria, permitiendo asi la supervivencia en tiempos de escasez.
En las actividades pecuarias, el ganado, acostumbrado a pastar libremente en los cerros, se ha visto afectado ante la escasez del agua y disminución del alimento natural. Ante ello, las familias en las comunidades rurales han aplicado opciones de diversificación entre razas pecuarias: ganado bovino, caprino y ovino, complementado con el cultivo de maíz, frijol y calabaza, además del aprovechamiento de plantas silvestres como alaches y verdolagas. La diferencia se refleja en cómo realizan las prácticas adecuadas como la rotación del ganado, con el fin de mejorar naturalmente la calidad del suelo. Sin embargo, en las laderas empinadas, el cultivo se convierte en un acto de fe más que en una actividad económicamente viable.
Algunas muestras de estos cambios en el sector agropecuario, son cada vez más complejas a raíz de las mismas necesidades en las localidades. El ganado, tradicionalmente usado para la yunta y la producción de leche, se ha convertido en una forma de ahorro para las familias, que se vende en ocasiones en casos de emergencia. La diversificación de actividades culturales, incluyendo la participación en el jaripeo y la producción de artesanías, representa otra forma para mantener viable la vida rural en la región.
El entorno gubernamental en la región, se ha visto a menudo por debajo de la expectativa ante un desconocimiento profundo de la realidad local. Mientras los programas de apoyo distribuyen tractores en terrenos donde no pueden operar, las comunidades se vacían, un ejemplo claro de las políticas desconectadas de las condiciones de la población mixteca. Por otro lado, los jóvenes que podrían innovar y adaptar las prácticas tradicionales a los nuevos tiempos, están ausentes construyendo vidas en otras entidades o sitios, acorde a sus interés.
En la Mixteca oaxaqueña, cada surco trabajado por manos adultas, cada semilla criolla plantada, cada animal pastoreado en los cerros áridos, representa un acto de resistencia cultural y económica. La situación radica en que si estas prácticas sobreviven o se adaptan para que sean viables en un mundo cambiante sin perder su esencia.
Las alternativas podría estar en una promoción entre el conocimiento tradicional y la innovación moderna, pero esta interacción requiere de incentivar a los jóvenes a permanecer en los sitios natales, optimizar y adecuar las políticas a las actualidades de los sitios y de una voluntad colectiva para levantar el campo mexicano, entre la necesidad de cambio y el deseo de preservar lo que los hace únicos.