En las últimas décadas, hemos sido testigos de una transformación radical en la Ciudad de México. Lo que alguna vez fue una metrópoli rodeada de extensas zonas agrícolas, se ha convertido en una gran urbe, que devora implacablemente el campo circundante. Esta expansión descontrolada no solo ha afectado al sector agropecuario, sino que también ha tenido un impacto profundo en la educación y la segregación social.
El abandono del campo mexicano no es un fenómeno nuevo. Desde la época post-revolucionaria, hemos visto cómo las políticas agrarias han fracasado en proporcionar los medios necesarios para que los campesinos trabajen eficientemente la tierra. En la actualidad, la migración del campo a la ciudad ha dejado a las áreas rurales con una población envejecida y decreciente. Los jóvenes, en busca de mejores oportunidades, se trasladan a la ciudad, donde esperan encontrar empleo y una educación de mayor calidad.
Además, el sector agropecuario ha sido descuidado sistemáticamente en México, ha tenido una segregación importante, desde los movimientos de la repartición de las tierras, el problema subsecuente fue el con qué trabajarlas. La falta de implementación tecnológica y apoyo gubernamental ha provocado que quede rezagado frente al desarrollo industrial.
En la Ciudad de México, este fenómeno se ha manifestado de manera dramática, zonas que antes eran productivas como Xochimilco, Iztapalapa y Tláhuac, han sido absorbidas por la mancha urbana; Donde antes había cultivos, ahora se levantan plazas comerciales y desarrollos habitacionales. Esta transformación no solo ha desplazado la actividad agrícola, sino que también ha generado nuevos desafíos educativos.
El Instituto de Educación Media Superior (IEMS) de la Ciudad de México ha intentado hacer frente a esta realidad. Si bien se ha establecido planteles de esta institución en zonas de alta marginación, ya sea por el difícil acceso de vías de transporte, o por la limitantes en la comunicación, se ven opacados por el prestigio de instituciones como la UNAM o el IPN, dejando al IEMS como una opción de último recurso para muchos jóvenes. Es ahí cuando se presenta otro enfoque de segregación social, así como pasó recientemente con la generación de personas admitidas y rechazadas a la educación superior de renombre. De ahí que llegan al IEMS, no obstante, estos jóvenes demuestran talentos diversos que el sistema educativo tradicional no valora adecuadamente. Es fundamental reconocer que la educación no se limita a los estándares académicos tradicionales. Debemos valorar y fomentar los diversos tipos de actitudes, habilidades, inteligencia y talento que los jóvenes poseen. Solo así podremos construir un sistema educativo verdaderamente inclusivo y efectivo.
Uno de los tantos efectos ocasionados por la pandemia de COVID-19 ha exacerbado estas desigualdades, es evidente la brecha digital que tanto estudiantes y docentes están viviendo y luchando por acceder a recursos tecnológicos básicos. Las autoridades educativas han mostrado una falta de comprensión ante estas realidades, ofreciendo soluciones poco prácticas como «acercarse a las conexiones de internet público».
La transformación de la Ciudad de México de un entorno agrícola a una gran urbe, nos obliga a repensar el enfoque educativo. Se necesita no solo abordar la expansión urbana, también se requiere garantizar una educación de calidad y accesible para todos, independientemente de su ubicación geográfica o estatus socioeconómico. Sin embargo, la realidad es que muchos terminan en empleos informales y precarios, mientras que las escuelas en las zonas urbanas, abrumadas por la creciente demanda, no logran ofrecer una educación adecuada. La saturación de las aulas y la falta de recursos son problemas recurrentes que impiden que el alumnado reciba la atención y el apoyo necesarios para su desarrollo académico.
La expansión de la mancha urbana no solo ha afectado las actividades agropecuarias y las tierras agrícolas, también ha degradado el tejido social de las comunidades rurales, creando diferencias donde la falta de oportunidades educativas y laborales en el campo empuja a más personas hacia la ciudad, aumentando los problemas existentes.
Una solución a este complejo problema requiere de una planificación urbana integral que considere el desarrollo sostenible tanto de las zonas rurales como urbanas, así como políticas educativas que garanticen una educación de calidad para todos los entornos, independientemente del lugar de origen. Solo así se podrá romper con la dinámica de abandono del campo y construir una sociedad más equitativa y justa.