Ocultado por empresas y autoridades de gobierno, el brote que inició en Umán a fines de octubre ya contaminó a las granjas de Samahil, Oxholón, Kinchil, Tamchén, Timicuy y Chocholá. Gallinas, pollos y pavos muertos por la enfermedad o sacrificados para evitar la propagación del virus suman millones. Impacto en otras especies y consumo humano de carne contaminada.
Por Patricio Eleisegui
La tragedia se agiganta a la sombra del hermetismo de empresas y autoridades. El recuerdo del desastre de 2012, que derivó en la matanza de casi 22,5 millones de aves de corral, sigue muy fresco en el imaginario mexicano. Y tanto las compañías de la industria avícola como las autoridades de gobierno entienden que reconocer el grave escenario epidemiológico en ciernes traería aparejado un escándalo político y económico de alcance indeterminado.
De ahí el silencio casi absoluto. Y los comunicados de dependencias como la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) y la Dirección General de Salud Animal del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (SENASICA) que hablan de un problema sanitario controlado en lugar de exponer cuán amplio viene siendo el problema.
Los reportes oficiales reconocen que a fines de octubre hubo un brote de Influenza aviar AH5N1 en una granja ubicada en Montemorelos, al sur del estado de Nuevo León. Pero omiten los detalles respecto de qué pasó después de esa detección. En un comunicado del 28 de diciembre, SENASICA reconoce contagios posteriores “en 23 unidades de producción avícola comercial de nueve entidades: siete en Jalisco, nueve en Yucatán, seis en Sonora y una en Nuevo León, en este último estado ya fue levantada la cuarentena interna”.
“Además, se afectaron cinco granjas de traspatio localizadas en Chiapas, Chihuahua, Estado México, Oaxaca y Tamaulipas”, añade la dirección. Estos detalles aparecen perdidos en el texto de la dependencia, que pone el acento en “la vacunación de más de 84 millones de dosis para aves progenitoras, reproductoras y de postura comercial”.
De lo que ocurre en el interior de las comunidades y cómo fue que se esparció el virus, ni una línea. De los miles de gallinas y pollos muertos por el virus y los millones de aves sacrificadas para evitar la proliferación de contagios la voz oficial no ha hecho más que exponer algunas cifras escuetas.
Yucatán es una muestra cabal del silencio que baja de los organismos de gobierno y las corporaciones que controlan el negocio avícola.
“En Yucatán, se eliminaron el 100 por ciento de las aves, que se traduce en el sacrificio de más de 100 mil pollos y hasta el momento no hay más brotes de gripe aviar porque se está trabajando en coordinación con los productores y el Senasica para garantizar un cerco sanitario”, afirma SADER en otro comunicado pero del 13 de diciembre.
En el territorio, en el seno de las comunidades donde se levantan las granjas hoy contaminadas con gripe aviar, en los galpones de las mismas empresas donde se concentra el brote, la realidad da cuenta de cifras muy diferentes. Nadie habla de la enfermedad en pasado: el virus transcurre. Aquí y ahora.
Gripe aviar: la realidad en los territorios
En los pueblos que albergan a las plantas avícolas predominan el miedo y el enojo ante la circulación de aves contaminadas para el consumo en algunos hogares, la muerte de las gallinas de traspatio por la difusión del virus fuera de las granjas, la quema clandestina de pollos muertos y la multiplicación de cementerios improvisados en la selva para el descarte de los cuerpos que no pudieron ser borrados con las llamas.
Las comunidades también pagan de su bolsillo el repunte incesante del precio de los huevos, un ingrediente básico de la dieta de la región que atraviesa una escasez pronunciada por el sacrificio de gallinas ponedoras.
En estados vecinos a Yucatán, como es el caso de Campeche, el valor de la reja –30 huevos– saltó de 77 a 120 pesos según el comercio local sólo durante el mes de diciembre. Los medios periodísticos campechanos señalan que el incremento responde de forma exclusiva a la multiplicación de los sacrificios de ponedoras en las granjas infectadas con AH5N1. Ya en el ámbito yucateco, el cierre de 2022 también se vio marcado por una reducción en la oferta de carne de pavo, otra especie afectada por la difusión la Influenza aviar.
¿Cómo se han dado los contagios y cuán grave es la afectación que está generando la AH5N1? Las voces de pobladores y actores que intervienen en la producción de carne avícola acercan piezas para la construcción de una historia acallada –adrede– por las autoridades del estado de Yucatán y los dueños de las principales granjas avícolas.
“El brote inició en Nidia Mireya, una pequeña granja ubicada a la salida de Umán, en el camino que va hacia Muna. Esa granja se dedica mayormente a la venta de huevos. De allí, el virus brincó hacia las granjas de Oxholón. Esto es, a poco más de 6 kilómetros de Nidia Mireya. Luego la gripe aviar se esparció hacia Samahil, a las granjas de Crío en esa zona, y también llegó a Tamchén”, cuenta un productor de esa zona de Yucatán.
“Todo esto fue ocurriendo desde noviembre a hoy. El virus también pasó de Samahil a Kinchil, con afectación de la granja Santa María y después enfermó a las aves de las granjas de Bachoco que están cerca del mismo pueblo pero ya camino a Celestún. Además, se detectó gripe aviar en Timucuy y Chocholá. La cantidad de animalitos afectados es terrible”, agrega.
A diferencia de SADER, que fija en 100.000 el número de aves sacrificadas desde que inició el brote en Yucatán, allegados a las granjas contaminadas dan cuenta de cifras escalofriantes de gallinas y pollos muertos por la enfermedad o exterminados para evitar los contagios: sólo en las plantas de Samahil el total de ejemplares ascendería a los 3 millones. En Umán, el estimado se ubicaría en torno al millón de aves, mientras que en Tamchén el total merodea las 15.000 muertes.
“Esos 3 millones de ponedoras promediaban un huevo a diario. Esos huevos que las gallinas fueron poniendo mientras sufrieron la enfermedad hasta morir, o en la instancia previa a que se las sacrifique, también son millones que fueron arrojados en el monte o enterrados cerca de las granjas junto con los animales muertos”, dice otra fuente de la actividad avícola.
Ese descarte de ejemplares en las selvas vecinas a las granjas fue constatado por vecinos de Samahil, que dieron con pilas de aves reunidas en terrenos cercanos a las instalaciones que Crío posee en ese pueblo. Ya en Kinchil, la comunidad respiró el humo de quemas de pollos, gallinas y pavos sacrificados en el establecimiento Santa María durante buena parte de diciembre.
“En el pueblo hay un granjero que cría aves exóticas. Pavos reales, entre otras especies. Todas esas aves se les murieron por la gripe aviar. Y en la zona los pajaritos, las palomas, que andaban por las granjas fueron muriendo también. Los únicos que parecen no afectarse son los zopilotes, que son carroñeros. Y las garzas”, comenta un habitante de ese pueblo. Agrega que circula la versión de que el virus pudo haber llegado a Kinchil a través de la ropa de los trabajadores de Crío y Bachoco que viven en esa comunidad.
Dentro de las granjas, y al momento de ahondar en las razones de este brote acelerado, no faltan quienes reconocen negligencia por parte de las empresas. «Interrumpieron por completo la vacunación de gallinas y pollos hace al menos 15 años. Para bajar costos, porque decían que las dosis por animalito eran muy caras. Y que como no se habían dado nuevos casos, la enfermedad no iba a volver», cuenta otro entrevistado.
Consumo de pollos y pavos infectados con el virus
Hay algo más que acrecienta el espanto. Voces consultadas afirman que algunos de los ejemplares infectados con AH5N1 fueron sustraídos de las áreas de descarte montadas por las granjas y luego consumidos por la población.
“Yo comí un pollito enterrado. Ya había comido unos ricos tacos cuando alguien me dijo ‘Ese pollito que te comiste estaba enfermito’. Y yo me quedé así, con la cara de sorpresa. Para mí el pollo estaba bien cocido, la carne se veía normal. Hubo gente que recoge del monte las gallinas, los pollos, los pavos, que siguen tirando las granjas. Hay dobles pechuga de hasta 5 kilos. Hay mucha inconsciencia entre la gente y por eso hay quienes los cocinan”, reconoce un poblador también de la zona de Kinchil.
La posibilidad de una zoonosis a gran escala golpea la puerta de los hogares en Yucatán. De manera directa, como auspicia el consumo de especímenes infectados, pero también de la otra forma: por el contacto de las especies que visitan los espacios selváticos donde se acumulan las aves muertas –este periodista observó la presencia de perros, zopilotes y garzas hurgando en un tiradero cercano a Samahil–, por la contaminación del manto freático que generan las fosas donde se acumulan pollos quemados y huevos infectados, y por la interacción de los trabajadores de las granjas con los animales enfermos o muertos.
Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la gripe aviar presenta cepas que pueden infectar a las personas, por lo que la enfermedad es considerada una amenaza a la salud pública.
“Cuando la influenza aviar es transmitida al ser humano, los síntomas en las personas pueden ir desde una infección leve de las vías respiratorias superiores (fiebre y tos) hasta neumonía grave, síndrome de dificultad respiratoria aguda (dificultad para respirar), shock e incluso la muerte”, describe la entidad en su sitio institucional.
Párrafo aparte para el ecocidio que provoca el virus una vez difundido en los hábitats naturales. Ya dentro de las granjas, los millones de aves muertas o sacrificadas para interrumpir la cadena de contagios con AH5N1 obligan a profundizar la búsqueda de paradigmas alternativos a una producción intensiva que, además de mantenerse en pie a partir de la explotación y la crueldad animal, integra en su ADN industrial la probabilidad concreta de alumbrar nuevas y peores pandemias.